miércoles, 13 de mayo de 2009

NOTAS SOBRE STAR TREK XI - DIARIO CRITICA


DIARIO CRITICA DIGITAL



Vida larga y próspera. Mitad humano, mitad vulcano, Spock tiene dos caras: la lógica y la represión emocional.

La carrera espacial arrancó el 8 de septiembre de 1966 aunque los memoriosos, las enciclopedias, los libros, Wikipedia y millones de blogs insistan al unísono en decir que en realidad fue el 4 de octubre de 1957 cuando el satélite soviético Sputnik, el primer artefacto creado por el ser humano, rompió las cadenas que lo mantenían atado al suelo y empezó a dar vueltas y vueltas alrededor de una bola de agua paradójicamente llamada Tierra. La aparición en la televisión estadounidense de un hombre de orejas punteagudas y un peor corte de pelo llamado Spock, un cowboy sin sombrero ni botas vistiendo un traje parecido a un piyama amarillo (James T. Kirk), un adolescente ruso, un ingeniero escocés, un esgrimista japonés, un médico divorciado, una oficial negra en minifalda y una nave de nombre empresarial (USS Enterprise) --ubicados todos en el años 2264-- no fue ni un hit ni un home-run de entrada (en realidad hubo un episodio piloto con otro capitán, “The Cage” rechazado por ser “muy cerebral”). Más bien duró casi nada: fue cancelada después de 79 capítulos, el 2 de septiembre de 1969 a días de la llegada de Armstrong, Aldrin y Collins a la Luna.

No
importaba: el primer mito global y televisivo moderno había despegado en forma de lo que su creador, el anteojudo de Gene Roddenberry (1921-1991, ex piloto de avión, ex policía), había llamado “una caravana del espacio”.

A casi 43 años de su estreno, esta space opera utópica que en cada entrega busca responder siempre a una sola pregunta –¿qué significa ser un ser humano?– evolucionó acelerdamente y hoy encaja en la casilla de lo que se conoce como “pop culture phenomenon” (fenómeno de la cultura pop) con 726 episodios repartidos en cinco series (la original, La nueva generación, Deep Space Nine, Voyager, Enterprise), una serie animada, 11 películas e incontables novelas pero más que nada con un colectivo de fanáticos a cuestas: los estereotipados trekkers, acosumbrados a reunirse en convenciones y charlar en klingon para ratificar en cada encuentro de pares una identidad, un sentido de pertenencia.

Además de cumplir con las máximas establecidas por el gran Isaac Asimov para la buena ciencia ficción (estimular la reflexión sobre las consecuencias sociales de la tecnología), Star trek se convirtió a lo largo de las décadas en una máquina de sorprender dentro y fuera de la pantalla. Lo subrayan los sociólogos y antropólogos como John Wagner y Jan Lundeen en Deep Space and Sacred Time: Star Trek in the American Mythos: “Star trek rebasa su esencia televisiva. Como pocas franquicias difunde una visión optimista del futuro humano, la tolerancia a la diversidad étnica y de género, la oposición a los prejuicios e implica un rechazo visceral a la religión organizada y a la autoridad divina”.

Evidentemente, Viaje a las Estrellas siempre fue algo más que un western espacial y escapista que lleva a la Vía Láctea la bandera de la exploración más que de la conquista, un programa con finales felices y simbología desparramada por todas partes, escenografías, maquetas y maquillaje de bajo presupuesto con –en la versión original–un macho alfa (Kirk) refrenado por la lógica fría de un extraterrestre sabelotodo (Spock).

Star trek sólo puede compararse con su espejo, Star Wars, su saga-hermana más que competencia. Con sólo dos diferencias: el fuerte de Star trek siempre estuvo en el discurrir televisivo más que cinematográfico y el hecho de que la historia de la Guerra de las Galaxias, a diferencia de Viaje a las Estrellas, recicla los tópicos de la lucha del bien contra el mal y las doncellas en apuros al mismo tiempo que se nutre más de cierto misticismo y referencias a samurais que de diatribas científicas.

DONDE NADIE HA LLEGADO. “La ciencia ficción como la que muestra Star Trek no constituye un simple pasatiempo; sirve asimismo a un serio propósito: expandir la imaginación humana. Lo que hoy es ficción se convierte a menudo en firme realidad científica mañana”. Las palabras del astrofísico inglés Stephen Hawking, cabeza visible de la troupe de trekkers famosos (como Al Gore, Bill Gates, Quentin Tarantino) validan, de alguna manera, la mirada científica que siempre cubrió a esta saga culturalmente homogeneizadora que oficia de entrenamiento para el futuro y de visualización de un deseo: una realidad sin pobreza, tecnológicamente madura, sin diferencias sociales “infinita diversidad en infinitas combinaciones” aunque asexuada, sin vicios y donde la amenaza siempre venía de afuera, lo otro y diferente.

Aunque las incongruencias físicas son más que obvias (cualquier mirada purista sería ingenua), Star trek “un programa espacial sustituto” según Arthur C. Clarke siempre fue dentro de todo un ejemplo redondo de ciencia ficcionalizada (“ciencia estirada”), una propuesta disparadora de la curiosidad que empujó a millones a familiarizarse con términos técnicos como velocidad de la luz, paradojas espacio-temporales, agujeros negros, estrellas de neutrones, cuásares, esferas de Dyson, materia oscura, conceptos siempre presentes en la “technobabble”, jerga cientificoide que, como un vehículo narrativo, explicaba las acciones y problemas del diplomático capitán Picard, el conflictuado Sisko, la carrasposa Janeway y el explorador ingenuo de Archer.

CIENCIA Y PROGRESO. Más allá de su futurología tech autocumplida (los celulares, las puertas corredizas, la realidad virual), muchos científicos descubrieron en las series el medio ideal para hacer llegar su mensaje. El físico teórico Lawrence Krauss (Krauss.faculty.asu.edu), por ejemplo, se despachó con The Physics of Star Trek (escrito junto a Hawking) y Beyond Star Trek. Michio Kaku hizo lo mismo en Physics of the Impossible y Susan C. Jenkins probó con The biology of Star Trek. El consultor de la serie, Adnre Bormanis, publicó Star Trek: Science Logs y en el ensayo The economics of Star Trek Michael Wong dice que la Federación es un régimen comunista de corte marxista-leninista.

Star trek, por encima de todo, instauró una nueva narrativa espacial siempre en clave simbólica, política y moralizante. La serie original fue la expresión del movimiento de los derechos civiles de los sesentas (su punto más alto fue el primer beso interracial televisado entre Kirk y Uhura). Y cada especie extraterrestre representa un aspecto humano y una nacionalidad: los klingons en plena guerra fría son los rusos, los romulanos son los chinos, los cardassianos son los nazis, Bajor es Israel y la Federación Unida de Planetas, una ONU interestelar de cuño norteamericano.

Y así y todo, Star trek formateada por J.J. Abrams no para de inspirar. Su ciencia especulativa y sus viajes novelescos se atenazaron al inconsciente colectivo. Incluso el primer transbordador espacial se llamó Enterprise, en honor a la serie. Se hayan visto todos los capítulos o ninguno, lo cierto es que el imaginario tecnocientífico actual es más startrekiano que starwarsiano. Como quedó en claro cuando a Barack Obama le preguntaron sobre el futuro del programa espacial. A lo que el hombre más poderoso del planeta sólo se limitó a decir: “Crecí con Star Trek. Creo en la frontera final”.

Lo mejor de ambos mundos

EMPUJÓN GRAVITACIONAL. “En Star Trek IV: The Voyage Home (1986) –cuenta el profesor de física español Sergio L. Palacios, autor de La guerra de dos mundos: El cine de ciencia ficción vs. las leyes de la Física, fisicacf.blogspot.com–, los protagonistas pretenden viajar al siglo XX para capturar ballenas extintas con las que comunicarse con una inteligencia alienígena. Para eso utilizan el Sol para acelerar la nave al igual que hacemos cuando enviamos un satélite artificial y aprovechamos el empujón gravitatorio de otros planetas. Lo malo es que para darle ese empujón a la nave de Star Trek, ésta ya se desplaza a una velocidad de 3000 veces la de la luz, con lo cual el empujoncito del Sol sería despreciable, tan sólo de un 0.0000066%”.

FUERZA. Viendo el trailer de la última Star trek que se estrena hoy el físico Adam Weiner, autor de Don’t Try This at Home! The Physics of Hollywood Movies, calculó que James T. Kirk tendría que ejercer una fuerza de 409,09 kilos con sus dedos para evitar caer en el precipicio después de saltar desde su auto.

VACIO. Uno de los errores que más se repite en la ciencia ficción es el del sonido de las explosiones. Como en el espacio no hay aire, el sonido no tiene ningún medio para moverse. “En verdad no es un error grave sostiene Krauss ya que el sonido es muy importante para crear un estado anímico en el espectador”. Tampoco tiene sentido el diseño aerodinámico de las naves: al no haber aire no hay rozamiento.

ANTIMATERIA. Los motores del Enterprise funcionan con antimateria. En la actualidad, la producción de este material en los grandes laboratorios de física de partículas como el CERN es costosísima: se producen tan sólo medio nanogramo (milmillonésima parte del gramo) de antiprotones al año. Para producir un solo gramo necesitaríamos 2000 millones de años.

TERRAFORMACIÓN. En Star Trek II: La ira de Khan se introduce el proyecto Genesis, un invento que permite la terraformación, o sea, hacer que un planeta sea habitable como la Tierra. Sagan propuso algo así para Marte. Con la tecnología actual, tardaría varias décadas. En la película, sin embargo, el fenómeno tiene lugar en minutos.

WARP. En la saga las naves viajan a velocidad “warp” que permitiría lograr algo físicamente imposible: superar la velocidad de la luz (300 mil km por segundo) deformando el espacio-tiempo. Sin embargo, estos viajes han recibido una considerable atención desde que el físico mexicano Miguel Alcubierre propusiese la idea de hacerlos factibles en el marco de la teoría general de la relatividad de Einstein.

WORMHOLE. Desde el estreno de la película Contacto, los agujeros de gusano (o puente de Einstein-Rosen) se convirtieron en uno de los lugares comunes del género. En Deep Space Nine, la estación bajorana comandada por Benjamin Sisko está asentada al lado de una de estas “cañerías espaciales” que la comunicaría con el “cuadrante Delta”. Los agujeros de gusano están contemplados por la teoría de la relatividad pero serían inestables, microscópicos y fugaces.

TRANSPORTADOR. Es el elemento más fantasioso. Los guionistas de la serie explican que separa el cuerpo en átomos, los almacena en una computadora y los envía a otra máquina mediante un sistema parecido a un e-mail antes de volver a recomponer el cuerpo. “Si se quisiera descomponer a alguien en partículas se tendría que calentar el cuerpo hasta medio millón de grados –explica Krauss–. Para almacenar la información tendríamos que alinear 10000 años luz de discos de 100 gb. El principio de incertidumbre de Heisenberg dice que ni siquiera con el mejor microscopio del mundo se puede saber dónde están los átomos del cuerpo ni lo que están haciendo exactamente todo al mismo tiempo”.


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